sábado, 31 de diciembre de 2011

2011

Si tuviera que elegir un momento de un año que se cierra, uno que pasará a la cuenta de los vividos,  que nunca se repetirá tal y como fue, si tuviera que elegir un momento me quedaria con uno en el que estuviera en silencio, uno en el que nadie dijera nada. De hecho me quedaria con un momento vacio, carente de imágen o de sonidos e incluso de sensaciones. 

Con ese momento en la cabeza podría dejar que mi mente trajera todo lo bueno que este año ha tenido para mi. Podría traerme un instante de paz, una conversaciones trascendentes, un paisaje maravilloso que he visto, una lagrima que he derramado, una vez que se me aceleró el corazón, una sonrisa que consiguió sacarme la vida y así hasta dibujar una escena completa a la que mirar con una sonrisa diciéndome a mi mismo: no lo hicimos tan mal. 

Probablemente esa escena que dibujase se parecería mucho a una húmeda mañana en medio de un bosquecillo cercano a una playa en la que se mezclan el olor a sal del mar con el de los árboles bañados por la lluvia nocturna. La sensación de la tierra mojada en mis pies y la caricia de la brisa mañanera en mi rostro. Abrir los ojos y descubrir ante mi un mundo de convivencia humana, de paz y de despreocupación. Mirar a mi alrededor y verme rodeado de aquellas personas a las que quiero como si fueran mi familia. Inspirar profundamente aquel aire saturado de libertad mientras una gaita embelesa mis oídos y sentirme en la cumbre del mundo listo para enfrentarme a cualquier aventura que se me ponga por delante.

Quiero que sea más que un recuerdo, quiero que sea un proyecto de futuro. Tal vez este nuevo año sea el año en que regrese a donde realmente empecé a vivir.