domingo, 12 de junio de 2011

Decisión

Sentía el frio del acero en la palma de la mano. Con una mano sostenía la empuñadura con firmeza mientras que la derecha pasaba suavemente la piedra de amolar por el filo de la hoja, acariciando en cada pasada el canto de la espada con suavidad. Con delicadeza cuidaba de que la espada quedara bien afilada procurando limpiar con un paño las marcas producidas por el uso. Aunque la espada llevaba años junto a él seguía reluciente como el día en que fue forjada y seguía reflejando de forma casi mística la luz de la luna. En ese momento el acero refulgía en tonos naranja y negro como si el fuego de la hoguera estuviera también dentro de la espada. Repetía la operación una y otra vez con calma, sin ninguna prisa. Hoy nadie le esperaba.

Era una noche fría y ni siquiera la fogata que había improvisado lograba calentarle. El viento soplaba suave pero una fina capa de nieve cubría todo a su alrededor. Sin embargo ni un solo milímetro de su cuerpo parecía temblar. Totalmente indiferente al frio miraba fijamente como las chispas anaranjadas bailaban en la hoja de la espada. Nadie le esperaba. Podía pasarse una eternidad en aquel lugar, alejado de todo, donde nadie lo encontraría nunca, donde nadie perturbaría su paz. Podía desaparecer y descansar al fin, dejar atrás todo, las luchas, el amor, los sueños, los fracasos, la desesperación, la gloria y las derrotas. Nunca más tendría que preocuparse por los ojos del mundo, clavados constantemente en él, esperando que hiciera esto o lo otro. Podía simplemente quedarse allí, sobre aquella roca, esperando el fin. El fin había estado cerca tantas veces que ya no lo temía. Unas veces el camino le había llevado a las fauces de la muerte y en otras ocasiones él mismo había buscado su propia ruina. Ahora ya daba igual. El fin llegaría y él estaría esperándolo.

Pensó por un momento en todo aquello de lo que quería alejarse. Había fracasado mil y una veces, había sido derrotado otras tantas y las victorias siempre habían llegado acompañadas de amargas experiencias. Nunca le había sido concedido un verdadero triunfo, nunca una verdadera paz. Se esperaba mucho de él y era muy  poco lo que había logrado alcanzar. Por eso pensaba en quedarse, en no regresar. Nadie le esperaba. Durante un tiempo la gente podría preguntarse que había sido de él pero al poco lo olvidarían y pasaría a ser solo un recuerdo borroso en la mente de algunos de aquellos que le conocieron.

La hoguera había quedado reducida a unas brasas. El alba despuntaba cuando todavía estos pensamientos recorrían su agotada mente. Los primeros rayos de sol parecían preguntarle solemnes cual era su decisión. Quedarse allí y vivir en paz, solo, tranquilo y olvidado, sin honor, gloria o compañía pero también sin sufrimiento, derrotas y frustraciones. ¿O acaso tomaría de nuevo la espada, alzaría la cabeza y emprendería de nuevo el camino, haciendo frente por enésima vez a sus miedos, a sus enemigos y a sus propios límites y recorrería la senda que había comenzado tantos años atrás? Ambas posibilidades dieron vueltas en su cabeza y el miedo se apoderó de él. Fracasaría de nuevo, volvería a caer y el mundo volvería a echársele encima. Otros le arrebatarían lo que más quería como ya había ocurrido antes y aquellos en los que confiaba volverían a traicionarle. Lo mejor, lo más seguro habría sido quedarse en aquel lugar, dar la espalda a todo y dejar fuera todo lo demás. Era el camino más sencillo.

Fue entonces cuando tomó la decisión y tenía muy claro lo que debía hacer Se puso en pie y aseguró la vaina de la espada en su cinto. Envainó la hoja y recogió sus cosas. Tras asegurar la capa de viaje sobre sus hombros con un broche se puso ante el camino que le había traído hasta aquel lugar y que continuaba hasta perderse en el lejano horizonte. Era el momento de decidir. Era el momento de quedarse o partir. Celtar dio un paso adelante poniendo un pie en el camino.



1 comentario:

  1. Celtar nunca dejó de caminar. No iba a ser menos ahora.
    Recuerda que siempre Enialis estará ahí.
    En cada nuevo paso, en cada nueva experiencia, en cada nueva lágrima.
    Siempre tendrás mi brazo cerca por si tropiezas.

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