jueves, 23 de mayo de 2013

Ruinas


Mientras veía como la brisa recogía las últimas cenizas que se desprendían de un cigarro a medio apagar me di cuenta de que tenía la mirada perdida en la pared blanca de enfrente. Llevaba un buen rato mirándola fijamente, no sabría decir cuánto. Depende de lo que tardes en hacer repaso de toda una vida. Las primeras partes pasaron rápido. Risas, juegos, amigos y alguna que otra metedura de pata. Pero todo se vuelve denso, lento y desagradable conforme te acercas al presente. Curiosamente no son los errores los que más daño hacen, no son las equivocaciones las que más daño hacen al alma y no son las heridas causadas por la maldad ajena las que no cicatrizan. Son las ilusiones las que te matan por dentro, las esperanzas truncadas, los sueños sin cumplir, las metas inalcanzables. La frustración de entregar tu alma al mundo y que la vida te la devuelva hecha jirones.

¿Dónde quedan las historias de caballeros en las que era tan fácil distinguir lo bueno de lo malo? ¿Dónde quedó la inocencia de pensar que si realmente pones el alma en lo que haces al final sale bien? ¿Cuándo dejaron de ganar los buenos? Supongo que en el mismo momento en que te encuentras de cara con la vida. Entonces todo el teatro que habías montado a tu alrededor se desmorona hasta que solo queda un esqueleto de lo que fue. Una vida en ruinas que todavía recuerda lo que un día fue. Aquellos templos a la amistad, al valor y, sobre todo, al amor están ahora cubiertos por el polvo de los años y solo sirven para admirarlos y lamentarse por no haber podido conservar aquel sueño intacto. Ahora solo quedan muros ruinosos de lo que un día fueron ilusiones, solo sombras y recuerdos de la esperanza y los sueños.

Algunas piedras reían, pero no con sonrisas de felicidad ni tampoco con malevolencia, reían con satisfacción, jactándose de mi soledad. Me sentí indefenso ante aquellas grotescas bocas que reían sin cesar, juzgándome, riéndose de lo mucho que lo había intentado. Ni siquiera ahora que me había detenido en seco dejaban de reír.

Pero lo más triste era contemplar aquellos ojos que me miraban desde todos los rincones.  Ojos a los que podría dar nombres. Pero no tendría sentido. Esos nombres pasaron a ser recuerdos, muy pocos de ellos agradables. Ojos tristes que parecían lamentar el momento en que se torcieron las cosas. Muchos eran ojos de mujer. Los últimos eran los más dolorosos.

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