Mientras veía como la brisa
recogía las últimas cenizas que se desprendían de un cigarro a medio apagar me
di cuenta de que tenía la mirada perdida en la pared blanca de enfrente.
Llevaba un buen rato mirándola fijamente, no sabría decir cuánto. Depende de lo
que tardes en hacer repaso de toda una vida. Las primeras partes pasaron
rápido. Risas, juegos, amigos y alguna que otra metedura de pata. Pero todo se
vuelve denso, lento y desagradable conforme te acercas al presente.
Curiosamente no son los errores los que más daño hacen, no son las
equivocaciones las que más daño hacen al alma y no son las heridas causadas por
la maldad ajena las que no cicatrizan. Son las ilusiones las que te matan por
dentro, las esperanzas truncadas, los sueños sin cumplir, las metas
inalcanzables. La frustración de entregar tu alma al mundo y que la vida te la
devuelva hecha jirones.
¿Dónde quedan las historias de
caballeros en las que era tan fácil distinguir lo bueno de lo malo? ¿Dónde quedó
la inocencia de pensar que si realmente pones el alma en lo que haces al final
sale bien? ¿Cuándo dejaron de ganar los buenos? Supongo que en el mismo momento
en que te encuentras de cara con la vida. Entonces todo el teatro que habías
montado a tu alrededor se desmorona hasta que solo queda un esqueleto de lo que
fue. Una vida en ruinas que todavía recuerda lo que un día fue. Aquellos
templos a la amistad, al valor y, sobre todo, al amor están ahora cubiertos por
el polvo de los años y solo sirven para admirarlos y lamentarse por no haber
podido conservar aquel sueño intacto. Ahora solo quedan muros ruinosos de lo
que un día fueron ilusiones, solo sombras y recuerdos de la esperanza y los
sueños.
Algunas piedras reían, pero no
con sonrisas de felicidad ni tampoco con malevolencia, reían con satisfacción,
jactándose de mi soledad. Me sentí indefenso ante aquellas grotescas bocas que
reían sin cesar, juzgándome, riéndose de lo mucho que lo había intentado. Ni
siquiera ahora que me había detenido en seco dejaban de reír.
Pero lo más triste era contemplar
aquellos ojos que me miraban desde todos los rincones. Ojos a los que podría dar nombres. Pero no
tendría sentido. Esos nombres pasaron a ser recuerdos, muy pocos de ellos
agradables. Ojos tristes que parecían lamentar el momento en que se torcieron
las cosas. Muchos eran ojos de mujer. Los últimos eran los más dolorosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario